miércoles, 8 de junio de 2011

Orientaciones sobre los celos infantiles



En la familia, la rivalidad entre los/las hermanos/as por conseguir el afecto y la atención de los padres suele ser el principal y primer motivo de celos.

Las fuentes de este sentimiento pueden ser reales (particularmente cuando los padres establecen comparaciones diferenciadoras entre sus hijos/as, que comportan un agravio comparativo para uno/a de ellos/as) o imaginarias (cuando el/la niño/a atribuye o malinterpreta la valía y/o intención de sus padres, hermanos/as o compañeros/as).

Los celos son un estadio relativamente normal que hay que superar y no tienen importancia si son circunstanciales y pasajeros, pero hemos de prestarles atención cuando alteren la convivencia y el desarrollo normal del/la niño/a o sean persistentes y no remitan pasados los cinco años de edad. Si  se perpetúan pueden conducir a un  desarrollo anómalo de la personalidad, apareciendo síntomas muy diversos, como agresividad incontrolada, manifiesta inseguridad, regresión y desajuste en las relaciones interpersonales (desconfianza, terquedad y envidia).

Líneas de intervención

Prevención: Es el medio más sencillo, natural y eficaz de evitar la reacción celosa.


Fortalecer la autoconfianza del/la niño/a, así como el sentimiento de seguridad personal evitando hábitos de comparar afectos, pertenencias, capacidades.,  (declarados o solapados).

Educación de la afectividad basada en la cooperación, la confianza en los/as demás, el altruismo y en una visión positiva de las relaciones humanas y ofreciendo modelos familiares consecuentes.

Modificación de conducta: reforzando conductas positivas e incompatibles con la reacción de celos e ignorando las inadecuadas.

Reatribución cognitiva: Ayudar a discriminar y  comprender las verdaderas causas de los problemas y de los éxitos, de los afectos y las reprimendas. Esto se consigue con técnicas específicas pero también a través del diálogo razonado y de la coherencia de nuestras actuaciones.

Los celos y la educación en el hogar. Orientaciones.

¿Cómo debemos tratar a nuestro/a hijo/a para que los celos desaparezcan? ¿Debemos prestarle una mayor atención que a los/as demás hijos/as? ¿Qué podemos hacer para que mejore su comportamiento? ¿Debemos tratarlo/a con más afecto que a sus hermanos/as?

Es lógico que los padres se planteen estos interrogan­tes. En cierto modo, lo hacen porque consideran que tal vez su modo de comportarse respecto de su hijo/a puede ser la causa que haya determinado la aparición del comporta­miento infantil celoso. Aunque,  en algunos ca­sos esto es así, los padres no deben sentirse necesariamente culpables del comportamiento celoso  de sus  hijos/as. Deben preocuparse más de prevenir o encauzar estos comportamientos

Ante un/a niño/a celoso/a, los padres no pueden adoptar una actitud demasiado permisiva ni excesivamente represora. No corregir la conducta celosa como se debe -- sin exigen­cias descarnadas, pero también sin blandas e injustas toleran­cias -- supone el que los padres están enseñando a sus hijos/as a odiar a sus rivales. Los padres que permiten esas conductas enseñan al/la hijo/a que ciertos sentimientos de envidia y de odio pueden estar justificados; que compararse con los demás es lo normal; que descalificar al compañero/a porque tiene más o mejores habilidades que nosotros/as es algo corriente. Pero una atención desmedida de los padres al comportamiento celoso de sus hijos/as o sus machaconas refe­rencias al problema pueden contribuir a pro­longar  lo que tal vez no era sino apenas una con­ducta sin importancia.

 Si entre el/la niño/a celoso/a y el hermano/a de quien tiene celos hay más diferencia de edad, los celos pueden resolverse con gran rapidez a través de actitudes miméticas que le permitan al hermano/a mayor celoso/a imitar a la madre en las tareas y pres­taciones que ésta realiza con el recién nacido. En estas circuns­tancias, a través de un mecanismo de imitación y de identificación con la madre, el/la niño/a celoso/a madura muy rápidamente y su deseo de ser mayor le hace apartarse hasta declinar compe­tir con su hermano/a recién nacido/a por el afecto y la atención de su madre. En este caso las consecuencias de los celos pueden llegar a ser positivas, por cuanto que pueden constituir un po­deroso recurso al servicio de la pronta maduración del/la niño/a celoso/a.

Las madres desempeñan en la educación afectiva una im­portante e irreemplazable función, ya que la conducta de apego  entre sus hijos/as y ellas no son simétricas ni se sitúan al mismo nivel. En efecto, para cada niño/a su madre es única e irremplazable, mientras que para muchas madres el amor de su pequeño/a es también irremplazable y único pero de otra manera, ya que deben atender a las demandas de afectos que les hacen los/as otros/as hijos/as.

Los padres deben tratar de implantar en los/as hijos/as actitudes más cooperativas y menos compe­titivas.  La formación de actitudes cooperativas en los/as hijos/as pasa por educarles en la solidaridad y el altruismo. Si desde pequeños/as apren­den a ser generosos/as, a compartir aquello que tienen--y que, lógicamente, es suyo--, pero que quizás otro/a de sus hermanos/as puede necesitarlo también, de seguro que su competitividad será menos egoísta y más madura, a la vez que mejoraran también sus actitudes hacia la cooperación.

Esto hacemos cuando les enseñamos a prestar sus cosas, a colaborar --aunque sólo sea con su mera presencia en cualquier pequeño arreglo que hay que realizar en la casa-- a responsabilizarse y cumplir con el encargo que se le ha hecho y del que probablemente depende el bienestar de los que le rodean. Otras actividades que no deben faltar consisten en solicitar y conseguir algún pequeño favor para el/la hermano/a más pequeño/a; ayudarle en las pequeñas dificultades que pueda tener; enseñarle a solucio­nar los problemas que se le presentan de manera que sea él/ella mismo/a, a través de la ayuda que recibe, el/la que los resuelve, etc.

También debe aprender a escuchar, conocer los proyectos y juegos de los/as otros/as y colaborar con ellos/as, tolerar otras peculiaridades y aficiones aunque sean muy innovadoras o discrepantes de las que para él/ella son usua­les, es decir, desarrollar el gusto por todo lo que sea instruc­tivo y ayude a la convivencia y al respecto por un sano plura­lismo.

Todas las anteriores son actitudes cooperativas en las que es necesario educar a los hijos/as, no importa la edad que tengan con tal de que el contenido de las actividades que aprenden se ajuste a su edad.

Los padres deben reflexionar sobre el estilo de conducta que desean que aprendan sus hijos/as pues, como ha sido demostrado, aquellos/as aprenden por imitación --a través del llamado aprendizaje vicario--, la mayoría de su repertorio de conductas. Si la madre tolera las peleas y riñas entre hermanos/as, estas irán a más. Si los padres se gritan entre ellos, sus hijos/as aprenderán a resolver sus conflictos gritando. Si el padre se manifiesta celoso y desconfiado respecto de la madre, es lógico que alguno de sus hijos/as siga más tarde su ejemplo. Si nos mostramos injustos/as –comprensivos/as con unos/as e intolerantes con otros/as--, es muy probable que entre nuestros/as hijos/as se establezca una dosis mayor de rivalidad, igualmente in­justa. Si reaccionamos con ansiedad o perdemos la com­postura ante un hecho sin importancia, nada de particular tiene que esa misma conducta se manifieste más tarde en nuestros hijos/as.

Los padres no debieran manifestar, ni siquiera de broma, las preferencias por este/a o aquel/aquella hijo/a. En ningún hogar debiera existir jamás un hijo o una hija preferida. Todos los hijos/as son, en cierto modo, igualmente preferidos/as, porque cada uno de ellos/as es irrepetible, insustituible y único/a.

Ciertas campañas publicitarias relativas a los bienes de consumo pueden contribuir a deformar la educación afectiva que recibe el/la niño/a pequeño/a. Cualquier spot publicitario que el/la niño/a observa en la televisión le incita a desearlo y, lo que es peor, a sentirse frustrado/a--incluso siguiendo e imitando el mismo guión representado por el anuncio. De esta forma, aquel deseo consumista se ha trasformado primero en envi­dia y, poco a poco, en necesidad de destruir a todos aquellos/as que mereciendo disfrutar de aquel bien de consumo menos que el/ella--según su percepción--, no obstante, lo tienen. Los pa­dres pueden evitar estas influencias nocivas de la publicidad televisiva, bien educando a sus hijos/as en una sana sobriedad, de manera que sepan observar la televisión y los anuncios críticamente, y/o bien animándoles a compartir lo que tienen y a tolerar mejor las frustraciones por lo que todavía no tienen. Hacer frente a la cultura de "tener" puede ser muy ventajoso, no solo para combatir los celos infantiles, sino para formar y educar al hombre que por ahora acaso sólo sea un aprendiz de niño/a celoso/a.


Jugando a recordar anécdotas familiares

Los/as niños/as celosos/as suelen pensar que no son apreciados/as por sus padres. Para cambiar estas convicciones los padres deben gastar mucho tiempo, haciendo excursiones con ellos/as, estando a su lado tratando de escucharles o partici­par con ellos/as en los hobbies que tengan. En otras ocasiones bastará con que los padres recuerden a sus hijos/as celosos/as lo bien que se sentían de pequeños/as cuando ellos/as le sonreían, jugaban o les ayudaban a resolver sus pequeños conflictos y difi­cultades.

Basta con recordar juntos aquella ocasión en que el pa­dre le fue a buscar al colegio aquel día que, por haber llovido tanto, temía por su salud; o en aquella otra ocasión, cuando se perdió en la feria del pueblo y tuvo que movilizar a sus amigos para ir en su búsqueda hasta que lo/a encontró; o cómo muchas noches de invierno iba a su habitación y le arropaba si estando dormido/a se había destapado, con el fin de que no se enfriara; o cómo su padre le protegió entre sus brazos cuando corría angustiado/a buscando su protección por haberse asustado de los ladridos de un enorme perro.

Cuando juntos se recuerdan aquellas viejas anécdotas es muy difícil que el/la niño/a celoso continúe pensando que a él/ella se le quiere menos  que a su hermano/a pequeño/a y, a partir de aquí, se puede comenzar a cambiar y madurar. Si desaparecen sus temores, el/la niño/a celoso/a cambiará; en caso contrario, continuará revisando su diario de afrentas y agravios y la protesta continuará.

  La educación en la afectividad

El ámbito de la educación que más específicamente incide en el comportamiento celoso es de la educación afectiva de los hijos/as, muchas veces descuidado. Nadie negará que la mayoría de los padres quieran mu­cho a sus hijos/as. Y de ahí que piensen que queriéndoles tanto ya basta, que a través de las continuas manifestacio­nes de afecto que prodigan a sus hijos/as, éstos acabarán por aprender a conducirse afectivamente de forma madura. Pero para educar en la afectividad no basta con manifestar el afecto de la misma forma que para la educación de los hijos/as en la música, en el deporte, etc., no basta con que los padres manifiesten sus habilidades musicales, deportivas, etc.

Si el afecto se entiende como un bien escaso y limitado, por el que es preciso competir para alcanzar la parte deseada, es hasta cierto punto lógico que ante la observación de la ganancia de ese bien por el hermano/a se concluya acerca de la pérdida para si mismo/a. En un sistema afectivo ce­rrado, hermético y clausurado como éste, es lógico que la envi­dia esté siempre presente entre los/as niños/as que esperan benefi­ciarse afectivamente. En éste caso no nos extraña que en el/la niño/a se desarrolle una especial capacidad hacia la “contabilidad afectiva”, vigilando escrupulosamente las dosis  que reciben cada uno de sus hermanos/as de ese bien escaso que son los afectos.

Otra noción afectiva en que los hijos/as deben ser educados es que los afectos no pueden tenerse en forma exclusiva.  Ningún/a hijo/a es el amor exclusivo de sus padres y, por consi­guiente, ninguno de ellos debe temer la perdida de la exclusi­vidad en los afectos de sus padres. Todo hijo/a debiera aprender, como parte de la virtud de la generosidad, que cuanto más se comparten los afectos entre los hermanos/as más unido/a se está a ellos/as y con los padres y, por tanto, mayor y más calidad tiene ese afecto.

El afecto familiar como el apego infantil no es una propie­dad ni una posesión que se consiga de una vez por todas y para siempre, como si se tratase de una herencia. Tampoco es algo que se pueda ni deba cuantificar. No son convenientes las usuales preguntas al/la niño/a, por los adultos acerca de ‘‘¿cuánto  quieres a tu papa?’’, ‘‘¿a quién quieres más ?’’...


Princi­pios que pueden ser útiles para la educación de la afectivi­dad del/la niño/a celoso/a:

 1. Es conveniente que el/la niño/a se alegre del bien ajeno, es decir, cuando observa algo bueno realizado en otra per­sona. Esto difícilmente ocurrirá si el/la niño/a no aprende a observar y a distinguir lo bueno en una cierta educación en los valores.

Está muy extendida la costumbre de percibir únicamente lo malo de las personas, los defectos, sin que apenas haya ojos entrenados en observar las cualidades positivas que también esas personas tienen. Esta tendencia en el modo de percibir a los/as demás debe corregirse pues, de lo contrario, es muy fácil el asentamiento sobre ella de la envidia

2. Aunque cierto tipo de comparaciones son connaturales entre los/as niños/as, puesto que es un procedimiento que les ayuda a conocer y a conocerse, las comparaciones que intervienen en el comportamiento celoso son de otro tipo y no tan naturales.  Se orientan a autovalorarse como superior o inferior respecto a los/as otros/as. Es muy conveniente enseñarle a que evite establecer ese tipo de comparaciones.

3.- La educación afectiva del/la niño/a celoso/a debe ser abierta, de manera que se le pueda mostrar una pluralidad  de valores. Si se procede así, el/la niño/a celoso/a comprenderá que las comparaciones con otros/as hermanos/as y compañeros/as no tienen sentido, puesto que si él/ella se siente superior en esto o aquello en relación con su hermano/a, éste en cambio es muy superior a él/ella en otras cualidades diferentes.  De otro lado, la pluralidad de valores amplía el horizonte educativo y motivacional del/la niño/a.

La educación en la pluralidad de los valores impo­sibilita en buena parte esa tendencia a la exclusividad pose­siva. Si aprende que hay muchos valores y que de to­dos ellos puede tener una parte mayor o menor--cosa que es compatible con que los/as demás también tengan otras por­ciones--, entonces no planteará un comportamiento celotípico precisamente cuando se siente amenazado/a en la exclu­sividad de aquello que posee.

4.- Para reducir el egoísmo que caracteriza al comportamiento celoso puede ser muy conveniente educar al/la niño/a en otros principios antropológicos fundamentales como algunos de los siguientes:

a) Que cualquier persona vale más que todas las cosas, posesiones y pertenencias.
b) Que es más sano preocuparse por los/as demás que únicamente preocuparse por sí mismo/a.
c) Que ante la admiración de un valor realizado en un compañero/a, lo que no hay que hacer es desearlo para sí sin ningún esfuerzo, sino más bien tratar de conquistarlo a través de un sano deseo de superación de uno mismo/a.
d) Que la prosperidad de los que nos rodean nunca hemos de tomarla como algo que forzosamente nos perjudica o nos causa un grave perjuicio.

5. La educación en la afectividad del/la niño/a celoso/a puede sintetizarse en lo que sigue: tratar de hacer de él/ella una persona que sepa querer y que no sea dependiente de los/as demás, por el afecto que de ellos recibe. En principio, du­rante las primeras etapas del desarrollo son dependientes del afecto que de sus padres reciben. Pero si esa dependen­cia afectiva se prolongase a lo largo de su vida, su personali­dad entera sería dependiente, constituyéndose y configurándose de una forma neurótica. Por consiguiente, al/la niño/a hay que educarle para que sepa querer, que es algo muy di­ferente de depender afectivamente de los/as demás. Un/a niño/a madura y aprende a querer:

a) Si es capaz de establecer un vínculo afectivo y au­téntico con alguien y no condiciona su querer únicamente al hecho de que le quieran.
b) Si es capaz de autoestimarse y respetarse a sí mismo/a, independientemente de que reciba o no afecto continuo de otras personas.
c) Si no confunde las discrepancias, desacuerdos y di­versas maneras de ser, con manifestaciones de re­chazo, animadversión y descalificación personal.
d) Si tolera las frustraciones que la convivencia humana comportan, sin que por ello se rompa o destruya la amistad y el afecto que tiene a las otras personas.                         

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